Se dice que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”, y curiosamente vemos a Jesús en Betsaida, luego de un intenso día de milagros, predicando a multitudes, coronar su agenda con el más importante: Alguien que perdió la vista y la visión, una ceguera provocada tal vez por la ambición, los prejuicios, o quizás el miedo, el dolor o la rutina áspera de la vida.
Lo cierto es que lo tomó de la mano y le sacó del pueblo; no más conversaciones con apáticos y criticones, luego ese “toque” de saliva y barro, enseñándonos que hasta lo supuestamente “despreciable de Dios” cambia nuestras miserias. Y un necesario segundo toque, amor puro, para “ver” el cielo en la satisfacción de Su sonrisa.
Son para ti, la que dice que nunca estoy, pues si me voy es porque te quedas con Dios...
lunes, 21 de noviembre de 2016
¡Tócame!
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