Nuestras pequeñeces son el resultante de la ignorancia de quienes somos en realidad, y nuestra grandeza tampoco emerge de las propias virtudes, sino de aquel que nos hizo a imagen y semejanza suya, para rebosarnos de su sabiduría y amor. Si entendiéramos esto, usaríamos de la misma tolerancia con que Dios espera que reconozcamos nuestras faltas. Amar a gente extraordinaria no nos hará ganar el cielo. Perdonar, ser pacientes, sacrificarnos, no sólo bendice a quienes alcanzamos, también nos convierte en mejores personas en este peregrinar.
Como flor morimos con la tarde, pero al amar, con cada gesto, volvemos a vivir. El amor invita a la vida a habitar en el alma, tal como el polvo se levanta cual templo, con el soplo del Eterno.
Son para ti, la que dice que nunca estoy, pues si me voy es porque te quedas con Dios...
martes, 23 de mayo de 2017
¡Con su soplo!
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario