domingo, 9 de febrero de 2014

¡Prioridad uno!

La primera de las leyes dadas a la humanidad aún vigente es: Amar a Dios sobre todas las cosas... Ésta deja de ser una orden inmediatamente la observamos, porque “amarle” es ver nuestra insignificancia ante lo inconmensurable de su ser; aceptar su mayor grandeza, amar y perdonar con entrega indescriptible a quienes nada merecen. ¿Por qué llegar a tal convencimiento? Como consecuencia de una abrumadora realidad, de una desbordante avalancha de evidencias, manifiestas en medio de las más profundas aflicciones, cuando sólo Él encaja. Y es que Dios nos ama como si fuéramos el único ser en la tierra a quien amar, centra su atención en nuestro dolor, contesta nuestra oración como su prioridad, convierte nuestros enemigos en los suyos y nuestros sueños en su causa. l


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