El Rey David llegó a ser ante los ojos del mundo el hombre más poderoso de la tierra, y al mismo tiempo, a la vista de Dios, el más pecador. Apelando al Rey Universal, bajo profunda angustia y desgarrante culpa, suplicó: “Límpiame y seré más blanco que la nieve” (Salmo 51:7).
Como desmantelando los cielos, la nieve derrocha pureza y redención bajo orden exclusiva del dueño de las bóvedas celestes. Predicando con sus ecos, busca sofocar el fuego infernal que consume las almas con orgullo, envidia, competencia, venganza y engaños. Sepulta lo estéril y resucita toda esperanza seca. Sus perlas relucen cual finísimos diamantes, haciendo gala de la inagotable riqueza del perdón divino. !Dios determinó borrar tus peores temporadas y perdonar lo imperdonable! Ahora, ¡entrégate! l
Son para ti, la que dice que nunca estoy, pues si me voy es porque te quedas con Dios...
domingo, 23 de marzo de 2014
¡Dios borra!
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