La espera, el cansancio, el desánimo, los combates estériles, la sed de aliento, de un sorbo de amistad genuina, de un abrazo cálido, abaten sin medida nuestras almas. Y en la cueva profunda, el llanto de un corazón sin nombre, se desarma, entre sollozos y preguntas ociosas. La soledad aplasta tan fuerte, que esconde muy bien a todo el mundo en las cavernas del corazón; Pero aún así se denuncia a sí misma con un suspiro, mensajero perfecto de sus aspiraciones, volcán inesperado, colapsando ansiedades... Y ante tanta bruma, una luz como la de luna mañanera, exclama: “No dudes de su amor, delante de Él están todos tus deseos, y aun tu suspiro no le es oculto”. (Salmos 38:9) l
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