«¡Seré libre, cuando salga de mis exámenes!», piensa un
estudiante. «¡Qué libre me sentiré cuando haya pagado mi tarjeta de crédito!»,
piensa otro. Así, cada uno piensa que su libertad depende de factores externos
a sí mismo. Algunos consideran que para ser libre sería necesario deshacerse de
las obligaciones sociales, financieras e incluso morales. Si esta es tu
situación deberías pensar 2 veces antes de firmar cualquier tipo de contrato,
por servicios, como telefonías, cable tv y otros, pues según expertos esos contratos
solo benefician a la empresa garantizándose el pago mensual, cobros de moras,
intereses, aun si sus servicios no son óptimos.
Por otro lado, si bien es cierto que existen situaciones de
las cuales es necesario liberarse, como escribió el apóstol Pablo, en 1
Corintios 7:21 “Si puedes hacerte libre,
procúralo más”. Sin embargo, aun si todo lo que pensamos que es un freno a
nuestra vida desapareciera, esto no garantizaría que hallaríamos lo que
aspiramos, porque la libertad, en el sentido más profundo del término,
concierne nuestra vida interior.
Podemos sentirnos prisioneros en nuestro corazón. Tal vez
ahí esté el origen de nuestro problema. Nuestra falta de libertad puede venir
por ejemplo de una falta de amor. Nuestro corazón puede ser prisionero de su
egoísmo o de sus miedos y a menudo está obsesionado con la búsqueda de bienes
materiales.
“El que se apresura a enriquecerse no será sin culpa” Proverbios
28:20. Lo que necesitamos es cambiar interiormente.
El que sabe amar verdaderamente no se sentirá prisionero. La
verdadera libertad se descubre teniendo una relación con Dios. Él
derrama su amor en nuestros corazones mediante el Espíritu que nos dio (Romanos 5.5).
Al poner en manos de Dios, cualquier decisión, él nos ofrece la
posibilidad de creer, amar y esperar, confiados. ¡Esto es ser
libre!
A libertad fuisteis llamados.
Gálatas 5:13.
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